Estados Unidos: eslabón ambivalente del nuevo (des) orden global – El Financiero

Los líderes de China y Rusia, Xi Jinping y Vladimir Putin, son dos autócratas con una visión determinante sobre el orden internacional: destruir la Paz Americana. Acabar, de una vez por todas, con el orden liberal de la posguerra que benefició enormemente a Estados Unidos y a Occidente. Piénsese en el maravilloso esquema de integración, paz y desarrollo que representa la Unión Europea.

El antiamericanismo es la base firme de la alianza china-rusa. Desde que Xi asumió la Presidencia del país más poblado del mundo, en 2013, se ha reunido con Putin en 38 ocasiones. Son dos líderes que se intercambian pasteles de cumpleaños y que realizan visitas icónicas; por ejemplo, ambos se dejaron ver juntos en una pista de hockey sobre hielo en Pekín, o en el pabellón de los osos panda en el zoológico de Moscú.

El apogeo de esta asociación tuvo lugar al arrancar los Juegos Olímpicos de Invierno hace unas cuantas semanas. Putin visitó a Xi, quien declaró que “nuestra amistad con Rusia no tiene límites”. Más aún, ha trascendido que el líder ruso retrasó la invasión a Ucrania hasta que finalizaran la olimpiada de invierno.

A diferencia de sus rivales estratégicos, Estados Unidos no proyecta una clara visión de su papel en el mundo. Hay dos visiones al interior de nuestro vecino del norte que compiten y son abiertamente antagónicas: el aislacionismo y el internacionalismo.

Donald Trump, quien literalmente asecha la Oficina Oval y está empeñado en regresar a ella en enero de 2025, es el líder del movimiento aislacionista más importante en la historia reciente de Estados Unidos. MAGA, las siglas de Make America Great Again (edificando un gran Estados Unidos otra vez), es la corriente que mueve al nuevo Partido Republicano dominado por Trump.

Como corriente ideológica, MAGA representa una implosión del orden liberal de la posguerra. Es decir, desde el interior de Estados Unidos se está reventando la Paz Americana. Se trata de desmantelar las alianzas tradicionales y de purgar a los países socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y a las instituciones del régimen emanadas de Bretton Woods, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

El presidente Trump, en sus visitas a las sedes de la OTAN en Bruselas o la ONU en Nueva York, sin miramiento arremetía: paguen más, ya basta de vernos la cara. Lo mismo daba que la Paz Americana, con fronteras abiertas a los bienes y servicios, hubiesen significado un gran negocio para las empresas estadounidenses. El populismo trumpista busca enemigos y las instituciones internacionales son extraordinarios péguele al blanco.

Joe Biden ha logrado, con la discreción y la versatilidad diplomática necesarias, hacer funcionar la alianza de Occidente con un régimen severo de sanciones que, sorpresivamente, está afectando seriamente la viabilidad económica de Rusia.

Biden, Barack Obama, la mayoría de los demócratas y los republicanos conocidos como “nunca por Trump”, como Robert Zoellick, expresidente del Banco Mundial, siguen blandiendo la bandera del orden neoliberal de la posguerra. Están conscientes que ese entramado institucional ha sido la tierra firme de la paz en Europa durante los últimos 80 años y que ha permitido la vertiginosa globalización que hoy experimentamos.

El problema es que Estados Unidos no puede proyectar su poder hacia el mundo como lo hacía, incluso, hace una década. Hoy está partido en dos bandos: los aislacionistas y los internacionalistas.

Vladimir Putin y Xi Jinping, los grandes rivales de Estados Unidos en el ajedrez global, no sólo ya no temen a Estados Unidos. Más aún, tienen las agallas de inmiscuirse en la política interna de su enemigo y empujar a su candidato a modo: Donald Trump.