Disfruten el próximo duelo entre EE.UU. y México: los cambios al Mundial alterarán la rivalidad para siempre – ESPN Deportes

Yunus Musah solo había escuchado al respecto. El fuego. La intensidad. Las bolsas con orina volando por las tribunas, como si fueran asquerosas granadas de oro. Leyendas urbanas, ¿saben? Folklore. Musah había escuchado las historias. Sin embargo, no fue sino hasta este verano que finalmente pudo experimentarlo en persona.

No es su culpa que no haya estado enterado de todo esto. Musah se crio en Italia, pasó sus años de futbolista juvenil jugando en Inglaterra. Es tan estadounidense como cualquier otro miembro de la selección nacional de Estados Unidos (nació en Nueva York); sin embargo, no fue hasta junio pasado, cuando formó parte de la convocatoria del combinado que disputó la final de la Nations League, que no captó totalmente la verdad singular que sus compañeros con raíces estadounidenses parecían entender desde la primera vez que patearon un balón.

Los partidos contra México son distintos.

“Fue entonces que me di cuenta”, me dijo Musah un día del mes pasado, con los ojos desorbitados mientras hablaba de himnos nacionales, los fuegos artificiales y la forma en la que los hinchas gritaban y coreaban entre bandos, con ese calor increíble que se asemejaba más a un hervor rodante. Empezó a reír. “Fue entonces cuando me di cuenta: ‘Muy bien… esto es una locura’”.

Lo es. Y así ha sido por varias décadas, con todas las generaciones de futbolistas, entrenadores y aficionados aportando sus propias historias a la rivalidad, solo para terminar, inevitablemente, en el mismo sitio. No hay debate que valga sobre este tema en particular, ninguna otra perspectiva. Cuando se anunció el calendario de las eliminatorias mundialistas, ¿qué partido buscaron primero? ¿Qué fecha reservaron en sus agendas de inmediato?

Ahora, finalmente, aquí está de nuevo. Este viernes, en Cincinnati. Estados Unidos vs. México (véalo EN VIVO por ESPN+ o ESPN2 en inglés en Estados Unidos y Star+ en Sudamérica a las 9 p.m. hora del Este). Es otro de esos encuentros que salen de las páginas. Que crepita. Que se siente como el inicio de un nuevo capítulo de esta historia que todos ansiamos disfrutar.

Solo que, en esta ocasión, también se siente como si algo está a punto de terminar.

Debemos decirlo: Musah no exageraba. El ambiente en Denver para esa final de Nations League fue realmente notable. El partido, disputado por los mejores jugadores de cada oncena, contó con todos los detalles que distinguen a la rivalidad entre Estados Unidos y México: decisiones arbitrales controversiales, reyertas, asperezas, cambios emocionales absurdos y, una vez terminado y concretada la victoria estadounidense, la altanera displicencia de México, generada por un grupo que mantiene holgada ventaja en el récord histórico.

Sin embargo, a pesar de lo positivo del ambiente de aquella noche, seguía siendo la Liga de Naciones. Seguía siendo un torneo sin historia.

Las eliminatorias mundialistas entre ambas selecciones, por otra parte, siempre han existido dentro de un plano diferente. El suyo es un sentido elevado de urgencia, de importancia, de significado.

Lo que está en juego es incomparable: para los equipos en Norteamérica, la Copa del Mundo está sola en la cúspide. La Copa Oro, a pesar de todo su encanto, no es la Eurocopa o la Copa América: simplemente no lo es. Para jugadores o aficionados, no se acerca a otros torneos continentales en relevancia. Por eso, cuando México y Estados Unidos se ven las caras en una eliminatoria mundialista, el partido no solo se trata de hacer valer la superioridad. Se trata de ubicarse frente a tu rival, que se interpone en tu camino hacia lo único que realmente importa.

Ya conocemos los momentos. Los “dos a cero”. La brutal remontada de México hace cinco años en Columbus, que formó parte de la espiral de la muerte del seleccionado estadounidense. Los empates sin goles en el Estadio Azteca en 1997 y 2003. Estados Unidos aún no conoce la victoria en eliminatorias mundialistas en la imponente arena de Ciudad de México.

Estos partidos son la raíz dramática de esta rivalidad, su savia vital. Sin embargo, en lo que respecta a su significado, pueden estar casi completos. El cotejo en el Azteca de este ciclo de eliminatorias no se llevará a cabo hasta marzo próximo, cuando uno (o ambos) equipos ya podrían haber sellado su pase a Qatar. Y con el Mundial 2026 con Estados Unidos, México y Canadá como coanfitriones, estos países no necesitarán participar en el torneo de eliminatorias durante los próximos cuatro años. Sólo tendrán amistosos.

Adicionalmente, la FIFA votó para expandir el grupo de participantes en el Mundial hasta 48 selecciones (por ahora), lo que significa que la CONCACAF recibirá al menos seis cupos en cada torneo; una realidad que sólo servirá para restarle drama al proceso de eliminatorias de la confederación, que ya cuenta con una terna bastante cargada. Tradicionalmente, la última ronda de eliminatorias contaba con seis equipos (el Hexagonal, como era conocido), con tres selecciones con cupos garantizados, dándole mayor picante a los clásicos.

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David Faitelson considera que la Selección Mexicana debió haber salido hace mucho tiempo del Estadio Azteca para evitar castigos por el grito discriminatorio.

¿Qué pasará en el futuro? Con la disparidad de recursos entre las selecciones CONCACAF, parece virtualmente imposible imaginarse una situación en la que alguno de los grandes países corra riesgo de quedar eliminado de un Mundial, con seis cupos disponibles. Después de todo, desde 1990, sólo 7 de las 41 naciones miembros de la CONCACAF han llegado siquiera a clasificar a una Copa del Mundo, lo que destaca lo realmente dividida que se encuentra la región.

Ahora, seamos claros: nadie afirma que la intensidad de los choques entre Estados Unidos va a desaparecer de repente. Es imposible. Los jugadores siempre aportaran sus respectivas historias a los enfrentamientos; y cada vez más, dichas historias se encuentran impregnadas con la pasión por esta rivalidad, vivida desde la edad más joven. Cuando Paul Arriola tenía 14 años, asistió al campamento de la selección juvenil de Estados Unidos. Entre las actividades, se encontraba un viaje para presenciar la final de la Copa Oro de ese verano, en el estadio Meadowlands de Nueva Jersey. Se enfrentaban las selecciones absolutas de Estados Unidos y México. Los aztecas arrollaron 5-0 a sus vecinos del norte.

Arriola, criado en la población californiana de Chula Vista, cerca a la frontera con México, recuerda ese partido como una tarde particularmente formativa dentro de su carrera deportiva.

“Todos estábamos presentes, con nuestras camisetas polo de Estados Unidos”, me comentó Arriola. “Y, cada vez que México marcaba, [los hinchas de México] nos arrojaban cerveza. Y recuerdo haberme enfadado tanto, y sentirme tan frustrado porque éramos niños y esta gente mostraba tanta pasión, al punto de estar dispuestos a arrojar cerveza a unos niños”. Sacudió su cabeza. “Obviamente, siento gran respeto por la rivalidad y las selecciones, y sabes, por México y sus hinchas, pero hasta el día de hoy me impulsa siempre querer ganar contra ellos. Porque, sabes, tengo ese impulso adicional. Y esa experiencia que viví”.

Ricardo Pepi, quien probablemente liderará el ataque de Estados Unidos este viernes, creció cerca de la frontera en El Paso, Texas; y no tiene reservas a la hora de expresar cuál era el equipo de los amores de su familia cuando era más joven.

“Soy sincero contigo: solía alentar a México porque, sabes, mis padres alentaban a México”, afirmó. “Son mexicanos, crecí viendo fútbol mexicano. Crecí viendo a la selección de México. Y sabes, esa fue una época en la que alentábamos en general a la selección mexicana. En mi casa, todo es cultura mexicana. Salía de mi casa, y todo era cultura estadounidense”.

Pepi se encogió de hombros. Independientemente de lo que esté en juego, un encuentro entre México y Estados Unidos siempre será algo especial para su familia. “Comencé a representar a Estados Unidos y las selecciones de Estados Unidos, y comencé a sentir algo por el escudo”, indicó, “y dije que representaría a Estados Unidos con todo mi corazón”.

El partido de este viernes se siente como el típico polvorín. Estados Unidos cuenta con una plantilla llena de jóvenes, en su mayoría con poca experiencia; demostrando la inconsistencia que uno esperaría ver en un grupo semejante: decepciones tales como el empate de local con Canadá o la actuación poco solvente en la derrota ante Panamá; contrastadas con el vibrante segundo tiempo en Honduras, o la lucha para remontar y sumar tres puntos contra Costa Rica. Para bien o para mal, siempre se mantiene un elemento impredecible.

Por su parte, México no ha sido todo lo automático que quisiera. Requirió de un gol en el último minuto para vencer a Jamaica (ampliamente considerada como la selección más débil del grupo) y los empates firmados con Panamá y Canadá (en el Azteca, sorprendentemente) han sacado a relucir sus vulnerabilidades. La importancia de este encuentro, para ambas selecciones, es real.

¿Es lo más probable para ambas selecciones que lleguen a Qatar? Ciertamente. Sin embargo, aún persisten las cicatrices del 2018 para los hinchas estadounidenses, aún se mantienen las dudas y faltan suficientes partidos en este ciclo de eliminatorias, al punto de que la relevancia de este choque se ha incrementado sustancialmente. Brenden Aaronson, quien es uno de muchos jugadores estadounidenses que disputará su primer encuentro de eliminatorias contra México, ha afirmado que será “una guerra”; mientras que Tim Weah, quien ingresó a la cancha como suplente en la final de Liga de Naciones, me dijo que fue su “primera probada” de la rivalidad. “Y fue una sensación asombrosa, no puedo esperar a vivir más”.

Weah no es el único. Es lo que todos ansían. Estados Unidos contra México. Un estadio repleto en Ohio. Una plaza mundialista al alcance de los jugadores que sepan imponerse.

Es la mejor noche que se puede vivir en el fútbol estadounidense, la clase de noche que jugadores, técnicos e hinchas ven cada vez que cierran los ojos.

Asúmanla. Adórenla. Disfrútenla. Es probable que nunca volvamos a vivir algo similar.