Las primeras lesbianas que se casaron en Latinoamérica: un amor que resiste – El Colombiano

Cuando Norma Castillo habla de su esposa Ramona Arévalo, “Cachita”, se derrumba como un paraguas mojado que se cierra. Tiene 80 años, los acabó de cumplir. Y es que “Cachita”, con quien aprendió que el amor es salvaje y hermoso, murió en octubre de 2018 por una enfermedad cardíaca.

—Recuerdo todo, que no puedo vivir sin ella. A diario hago fuerza para terminar lo que tengo que hacer, ella se me llevó la vida, luchó conmigo y los compañeros por cambiar tantos años de patriarcado y la condición de inferioridad de las mujeres— dice Norma a través de la pantalla, sentada en la sala de su casa en Buenos Aires, Argentina.

Se casaron en 2010: fue la primera boda de una pareja de mujeres en Latinoamérica, luego de aprobarse el matrimonio entre personas del mismo sexo en Argentina. Decidieron sellar ese amor tras casi tres décadas de convivencia. Ambas tenían 67 años. A la ceremonia asistieron pocos invitados, prefirieron que fuera algo íntimo. Estaban vestidas como casi siempre se les veía: pantalón y camisa.

Norma nació en Corrientes, una zona argentina que limita con Paraguay, Brasil y Uruguay. Norma lucha contra una isquemia crónica por estrés que “a veces me explota la cabeza”. Norma, que ya no escucha casi por problemas de audición, dice que de su adorada “Cachita” aprendió mucho: a vivir, a ser feliz y a comprender.

—Ella fue un desperdicio para la humanidad, porque se crió con su abuela en Uruguay creyendo que era su mamá biológica, como pasa en las telenovelas, no la quisieron mandar a estudiar y era muy inteligente. Fue una niñita muy sufrida y yo por el contrario muy liberada. Mostramos que nos queríamos porque era inevitable ocultarlo. En un pueblito cercano a Mompox, donde vivimos, nunca nos rechazaron.

Este amor nació en la costa colombiana cuando en los 70 Castillo llegó a Barranquilla huyendo de la dictadura: militó en la agrupación Florentino Ameghino y en Franja Morada. Terminó presa. Ramona ya estaba radicada en este país: se quedó luego de pasar unas vacaciones. Cuando llegaron, las dos tenían 28 años y estaban casadas con dos colombianos que eran primos entre sí.

—Que dos mujeres decidan no ser posesión de ningún hombre molestó y sigue molestando. Ella tenía una cerrajería y yo era la directora de la Casa de la Cultura; los fines de semana nos dedicábamos a una discoteca que tuvimos y que al mismo tiempo fue consultorio psicológico. La gente llegaba a contarnos sus problemas.

A su exesposo Julio lo recuerda con cariño. Para ella fue la única relación, de todas las que tuvo con hombres, que considera un bello romance: no quiso ser su dueño, sino su amigo y compañero, no le daba órdenes, no la obligaba a nada. El amor fue tan grande que terminó casándose con él, aunque es, todavía, enemiga del matrimonio, porque para ella eso es algo patriarcal.

—A las nuevas generaciones les digo que no hay que dejar en ningún momento de representarse, de hacer cosas, porque el ser humano siempre tendrá algo sujetado a sus pies, pero por eso no se puede dejar de ser. Afortunadamente hay personas que están en la lucha y entienden que es mejor vivir como uno quiere, siendo feliz y cuidando su alrededor.

Después de casarse se convirtieron en un símbolo de la diversidad en Argentina y Latinoamérica: dos voces poderosas que eran escuchadas por la población Lgbtiq. Hasta el último día de “Chachita” asistieron juntas a la marcha del Orgullo, fueron el centro de atención. Norma sigue yendo.

—En la marcha del año pasado estuve en una carroza con una camiseta que decía “La vejez lésbica existe y resiste”, me la pasé saltando cuatro horas y los chicos me abrazaban, fue maravilloso, pero mi mal comenzó cuando me bajé del camión porque me desmayé y asusté a todo el mundo, ahí fue cuando comencé mi tratamiento para la isquemia.

Norma Castillo y Ramona Arévalo, protagonistas del primer matrimonio entre mujeres en Latinoamérica. FOTO Archivo particular

Norma Castillo y Ramona Arévalo, protagonistas del primer matrimonio entre mujeres en Latinoamérica. FOTO Archivo particular

La primera vez que asistieron juntas a la marcha del orgullo fue antes de casarse: una sorpresa para la gente, porque era ver, como dice Norma, “a dos viejas dándose besos en medio de la multitud”. Al tiempo se comenzaron a expedir las órdenes de casamiento en Argentina: antes de ellas se casaron dos parejas de hombres.

La unión en matrimonio de Norma y Ramona fue posible gracias a una medida cautelar dictada por la jueza porteña Elena Liberatori, que ordenó al Registro Civil proceder al acto de matrimonio.

—El amor que le tengo a “Cachita” es muy grande, tan grande como el dolor que siento ahora. Fue un amor racional, nada de órdenes ni celos, no peleamos nunca, quizás una discusión y una lagrimita, pero luego llegaba el abrazo. Tuve la fortuna de tenerla a ella, de juntar nuestras vidas.

Fue un amor fuerte que aprendió a resistir frente a todas las adversidades de la vida. Cuando estaban en ciudades distintas se enviaban cartas y poemas. Norma cuenta que una vez tuvo que viajar de Corrientes a Buenos Aires a cuidar a su papá porque estaba enfermo, entonces la lejanía la inspiró y le escribió lo siguiente mientras miraba al norte por una ventana: “Norte, norte, lejos, que no me deja llegar a tus pies”.

Fue un amor que no terminó nunca, porque cada día descubrían todo lo que se querían. Por estos días, Castillo termina de escribir su libro que espera lanzar pronto.

—Yo vivo para llorarla a ella, a “Cachita”, y aclarar cabezas, estoy haciendo muchas charlas y reuniones. Mi tarea es intentar cambiar el mundo, por eso estoy viva y, aunque esté muy cansada, seguiré haciéndolo hasta que pueda— dice Norma antes de colgar la videollamada.