
Siento una enorme contrariedad cuando en noticiarios dirigidos por periodistas de dilatada carrera e indudable calidad profesional, se presentan segmentos (en radio, televisión o secciones de periódicos) que llaman “Mundo del Arte”, “Arte en TV”, “El Arte en la Radio”, “Hablando de Arte”, “Arte y Medio”, “Tecla y Arte”, y un sin número de nombres que he visto a lo largo de mi vida, que sigo viendo, y que, a pesar de definirse como espacios destinados a las informaciones, debate o el entretenimiento sobre las artes, sirven al público un contenido anclado en historias de amoríos y escándalos de personajes de la televisión, el cine, la radio, las redes sociales (con los llamados “influencer”); y, como si quisieran o pretendieran coquetear con el arte real, brindan al público grotescas propuestas “musicales” que constituyen un verdadero atropello al pentagrama y un ultraje salvaje al idioma.
Se dedican a la promoción de acciones del bajo mundo (sin proponérselo, por completo desconocimiento) protegido en el ruido de instrumentos musicales maltratados y una “lirica” que se regodea en la estupidez, inflada y repartida sin control y sin similitud alguna con el dadaísmo (producto de la inteligencia rebelde que promovió el anti arte creador del germen de otro arte) porque este nicho del cretinismo ha llegado como consecuencia de la ausencia del Estado; de ahí que la ignorancia penetra, crece, se reproduce, escala, contagia y le gana la batalla a la formación y al compromiso orientador de la comunicación profesional que va cayendo en la banalidad por la búsqueda desesperada de la conexión con la sociedad del espectáculo, que pone más atención al decorado de la funeraria que al difunto, a la apariencia visual del plato que al valor nutricional.
Los conceptos se distorsionan y pierden, y las palabras entonces significan lo que cualquiera quiere que signifiquen, y la comunicación sucumbe en las jergas y su babel, pues ocurre que el arte ya no es la creación que persigue lo sublime en la expresión estética, ni la búsqueda de la belleza en su más alto nivel, ni el producto de la imaginación que eleva al creador a la categoría de semidiós. ¡No! Ahora es farándula, es chisme de pasarelas, es el ruido rudimentario que ni se asoma a una obra artesanal, es la bulla de ollas y mugidos ininteligibles de la falta de ejercicio escolar que crea vacíos y arroja al basurero el talento que debió orientar la instrucción, y que, ante la indiferencia triste del Estado, algunos medios de comunicación levantan con sus destacados titulares e incluso repetidas primeras planas, en extraña complicidad con la descomposición; es el atropello al arte.
Pero esta gangrena no es de factura nacional, es ola global que va sepultado la decencia y el buen gusto, el ocio productivo y lo exquisito, para hacer emerger con fuerza lo fácil e insustancial, el mínimo esfuerzo intelectual y sociedades desorientadas y embrutecidas. Llaman artistas a los que ni se rozan con el arte, porque lo que exponen es la negación rotunda y radical al arte; lo feo y lo grotesco.