Incendio en Latinoamérica – EL PAÍS

Vecinas de una favela de Río de Janeiro, tras recibir donaciones en una escuela, el pasado abril.
Vecinas de una favela de Río de Janeiro, tras recibir donaciones en una escuela, el pasado abril.RICARDO MORAES (REUTERS)

Aumenta la pobreza, disminuye la clase media, se disparan los multimillonarios. En la funesta era de la pandemia, América Latina, la región con mayores desigualdades del planeta, ha visto exacerbarse sus desequilibrios y retroceder los avances alcanzados en las últimas décadas. Es un impacto sistémico que amenaza los precarios ecosistemas políticos del hemisferio y da combustible a las crecientes protestas sociales. Uno de los indicadores más claros de esta degradación lo ha ofrecido un demoledor informe del Banco Mundial que ha certificado esta semana el fin de lo que en su día fue uno de los mayores logros zonales: la clase media ha dejado de ser mayoritaria en Latinoamérica. Más de cinco millones de ciudadanos han sido expulsados de este estrato por la crisis y la cifra superaría los 20 millones si se descontasen las ayudas de urgencia que algunos países, como Brasil, han lanzado para evitar el cataclismo. La pobreza, otra vez, vuelve a ocupar la primacía.

Queda lejana la época en que el boom de las materias primas logró sacar de la marginalidad a decenas de millones de latinoamericanos y abrirles las puertas de un ascensor social que sempiternamente les había sido vetado. Fue un tiempo de optimismo que hizo albergar la esperanza de que los países emergentes podían con tiempo y esfuerzo entrar en el parnaso occidental. La realidad ha sido bien distinta.

No es solo que el cambio de modelo económico experimentado tras la Gran Recesión hundiese estas expectativas o que los efectos del coronavirus les hayan dado la puntilla, sino que este retroceso ha venido acompañado de una fuerte convulsión social. La revuelta colombiana, la polarización en Perú, el malestar chileno o la fractura en Brasil no son más que indicios de un descontento profundo que prefiguran un estallido a gran escala.

Las condiciones están dadas y los síntomas son evidentes. Sociedades jóvenes y absolutamente conectadas a los flujos de información global están viendo su futuro truncado. Entre sus legítimas aspiraciones y las posibilidades reales de cumplirlas se alza un muro que, hoy día, parece imposible de superar. La clase media colapsa mientras el prometido barco del bienestar zarpa sin ellos.

No es una situación fácil de superar. Estados Unidos y Europa, ensimismados en sus problemas, han activado sus poderosas maquinarias para conseguir una recuperación rápida. La distancia con el mundo rico es cada vez mayor. Cuando ahí se habla de quitarse las mascarillas, en Suramérica la pandemia aún golpea con saña. Con solo un 5% de la población mundial, esta zona registra una de cada cuatro muertes por covid. No hay planes de ayuda internacionales y el populismo, de uno y otro signo, gana enteros.

La frustración está alimentando una gigantesca ola de contestación social. Sus primeras manifestaciones han emergido en los últimos meses. Pero no son más que fogonazos de un incendio mayor. Levantar el cortafuegos es una tarea ardua y común. Las naciones latinoamericanas han de abandonar los cantos de sirena, y los países ricos, especialmente Estados Unidos, han de entender que la estabilidad económica del hemisferio, íntimamente vinculada a sus intereses empresariales y estratégicos, forma parte de su propia seguridad. Actuar ahora contra la pobreza en América Latina es apostar por el futuro de la región. No hacerlo es dejarla en manos de los pirómanos.