Historias de sucesiones accidentadas en México… y la que viene – El Financiero

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha dicho insistentemente que la selección del candidato o candidata de Morena a la presidencia de la República para 2024 será muy diferente respecto a lo que ocurría con los candidatos priistas en el pasado, pues se determinará por encuestas.

De acuerdo con él, dará su respaldo a la persona que la gente prefiera, es decir, a quien las encuestas señalen.

Pero, hay de encuestas a encuestas. Solo hay que recordar aquella de noviembre de 2011 que le dio la candidatura a López Obrador, por encima de Ebrard.

Fueron cinco preguntas y AMLO gano tres mientras que Ebrard tuvo ventaja en dos.

Por ejemplo, Ebrard estaba por arriba de López Obrador en el saldo de positivos y negativos.

Sin embargo, el entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal tomó la decisión de preservar la unidad de la izquierda y respaldó a AMLO aunque incluso declaró públicamente que su candidatura tenía un mayor potencial de crecimiento.

El tiempo dio la razón a Ebrard, pues Enrique Peña derrotó por casi seis puntos a López Obrador en la elección presidencial de 2012.

El hecho de que la designación del candidato vaya a ser por encuestas no impide que, de facto, la preferida o el preferido de AMLO sea quien resulte electo.

Los procesos sucesorios, sin embargo, han sido complicados para el presidente en turno en diversas ocasiones.

Le recuerdo algunos ejemplos.

Vicente Fox visiblemente quería que el candidato presidencial del PAN en 2006 fuera Santiago Creel, su secretario de Gobernación y ex candidato a la Jefatura de Gobierno del DF, elección en la que, por cierto, tuvo un desempeño muy positivo respecto a la expectativa pues solo quedó 5 puntos por debajo de López Obrador.

Pero, Felipe Calderón, quien fue parte del gabinete de Fox, tomó la decisión de buscar la candidatura presidencial del PAN y acabó imponiéndose, aún en contra de la voluntad del entonces presidente.

Ernesto Zedillo operó para imponer como candidato presidencial del PRI a Francisco Labastida, deteniendo el intento de rebelión de personajes como Roberto Madrazo y Manuel Bartlett. Aunque lo consiguió, la candidatura de Labastida fue perdedora y dio paso a la primera alternancia de la historia en la presidencia de la República.

Carlos Salinas de Gortari deshojó por algún tiempo la margarita, evaluando a Manuel Camacho o Luis Donaldo Colosio como candidato del PRI en 1994.

Las circunstancias trágicas de aquel año condujeron a que no fuera ninguno de ellos, sino el propio Zedillo, que no era por quien se inclinaba Salinas originalmente.

José López Portillo contaba en su libro Mis Tiempos, que por algún tiempo pensó en que Jorge Díaz Serrano pudiera ser su sucesor. Pero, el estallido de la crisis económica al final de cuentas lo condujo a elegir a Miguel de la Madrid, que dio un giro en las políticas de López Portillo.

Años atrás, un presidente se arrepintió de su designación.

Gustavo Díaz Ordaz nombró como su sucesor a Luis Echeverría, con la expectativa de que le diera continuidad a su estilo de gestión.

Las formas de Echeverría en Gobernación parecían justificar esa visión.

Resulta que, apenas pocos días después del “destape”, Echeverría se mostró como alguien que quería romper con la herencia de Díaz Ordaz.

El entonces presidente dijo en privado en diversas ocasiones que consideró seriamente la posibilidad de sustituir a Echeverría ante la sorpresa que le representó.

Hago todo este recorrido para señalar que, en diversas ocasiones, el proceso de sucesión del presidente en turno fue muy complicado.

Pasó de todo. Un candidato, aparentemente muy leal cambió radicalmente y organizó una rebelión. En otros casos, el presidente tuvo que ceder ante el empuje de terceros. En otros más, las circunstancias impusieron una agenda totalmente diferente a la que el presidente imaginaba. Otros más condujeron a que la elección del presidente en turno fuera fallida.

La excepción pareciera ser en México un proceso de sucesión terso y sin sobresaltos, siguiendo el guion del presidente en turno.

Pensar que con las circunstancias que hoy tenemos en el mundo y en México, tendremos en 2024 un proceso sucesorio como lo quiere el presidente López Obrador, sería ingenuo.

La historia política mexicana todavía tiene muchas sorpresas que revelarnos.