La dirigencia actual tiene la convicción de que nadie puede reclamarle, ni judicializarla. Está en guerra contra la sociedad y va ganando. Pero, sus mentiras y las noticias falsas que propaga tienen cada vez menos efecto y en un menor número de personas. Esta dirigencia que es puro delito y farándula ha empezado a perder.
Quienes hoy dirigen este país tienen el alma anestesiada. Nada les duele. No se conmueven ni con las cifras y las narraciones espeluznantes que ha presentado la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV), ni con las confesiones de militares, paramilitares y guerrilleros ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
Solo se enfurecen ante la posibilidad de que se hagan públicos los delitos que han cometido reiteradamente: asesinatos, despojo de tierras, enriquecimiento ilícito, ataques sexuales y otros. Su furia crece, si notan que existe la posibilidad de que se les pueda obligar a responder judicialmente por sus comportamientos criminales.
Fingen sorpresa e ira cuando se descubre una verdad que conduzca a acusar y procesar a alguna persona que delinquió obedeciendo órdenes o protegiendo los intereses de quienes la dirigen. Entonces, se solidarizan con ella, solo porque temen que decida contar el origen de la orden o a quién benefició con lo que hizo.
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Exigen que todo les sea permitido. No aceptan que la administración de justicia persiga a autores intelectuales. Es decir, impiden cualquier investigación en su contra, aunque han sido promotores y beneficiarios de esta inútil guerra que hemos padecido.
Se sienten y viven como si las demás personas estuviéramos a su servicio. Han creado, para sí, unos valores y han diseñado unos comportamientos que parecen más propios de la nobleza europea del siglo doce.
¿Recuerdan a Doña Juliana, esposa del todavía hoy presidente, cuidada por una persona de la Policía Nacional que, con gesto ceremonioso y sombrilla en mano, evitaba que el sol, el aire o la lluvia rozaran a la primera dama?
¿Han visto las condecoraciones que ha repartido este gobierno entre algunos de sus más grotescos y menos inteligentes acólitos?: Cruz de Boyacá, para Ernesto Macías; Medalla Enrique Low Murtra, para el infausto fiscal Gabriel Ramón Jaimes; medallería y bisutería, para colgar y presumir, repartida el 21 de noviembre del año pasado durante la ceremonia en las que se conmemoraban los 130 años de la Policía Nacional;, sus beneficiarios fueron, entre otros, la comprobada plagiadora Jennifer Arias, el fiscal general, Francisco Barbosa, y el ministro de Defensa, Diego Molano.
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¿Se acuerdan del presidente caminando por una alfombra roja, extendida para la ocasión, rumbo a su puesto de votación?
Pues bien, a eso me refiero. A ese estilo de pretendida aristocracia tropical. A ese comportamiento que resulta del cruce entre la solemnidad bobalicona y el arribismo de traquetos. Al gusto de quienes jamás han cultivado gusto alguno y ahora solo lucen un poder vestido de pompa y doble repujado, como el marco del retrato oficial que se hizo por encargo de Iván Duque y adorna hoy “el pasillo de los presidentes” en la Casa de Nariño.
Esa estética y ese comportamiento tienen su raíz en una ética que prioriza la habilidad para lagartear, ascender, figurar y hacer jugaditas que les permita acceder al erario público para robárselo y repartir.
Esa ética propone que la acumulación es el valor más importante. Se trata de acumular tierras, cosas, bienes, títulos valores, me-gusta y seguidores en las redes; en fin, riquezas. No importa su origen. Se impone, pues, la idea de que es mejor quien más acumule y que, para acumular, todo se vale.
Esa manera de ser y de estar desprecia la búsqueda del saber y la profundidad de los sentimientos. Promueven la superficialidad, como si esta fuera un paradigma filosófico. Por eso, nuestros dirigentes banalizan el dolor de las víctimas y el arrepentimiento de los victimarios.
Por eso mismo, unos pocos funcionarios y políticos se robaron 500 mil millones de pesos que estaban destinados a implementar la construcción de la paz, sobre todo, en los territorios más golpeados. Y no les duele, no asumen la responsabilidad y no se sienten culpables.
Esta dirigencia actual tiene la convicción de que nadie puede reclamarle, ni judicializarla. Está en guerra contra la sociedad y va ganando. Pero, sus mentiras y las noticias falsas que propaga tienen cada vez menos efecto y en un menor número de personas. Día a día crecen, por distintos caminos y de diversas maneras, formas de oponerse a las ideas con las que ella domina.
Esta dirigencia que es puro delito y farándula ha empezado a perder.
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