Estados Unidos, un país en duelo – The New York Times (Español)

Dos días después de la masacre de niños en Uvalde, Texas, y 12 días después del asesinato racista en masa en Búfalo, Nueva York, Chenxing Han, maestra y capellana de una escuela, relató una parábola budista.

Un hombre es alcanzado por una flecha envenenada, contó Han mientras llevaba a un grupo de alumnos del último año de preparatoria a visitar un templo tailandés en Massachusetts.

Con la flecha clavada en su carne, el hombre exige respuestas. ¿Qué tipo de flecha es? ¿Quién la disparó? ¿Qué tipo de veneno lleva? ¿Qué plumas tiene la flecha, de pavorreal o de halcón?

El problema es que todas estas preguntas distraen, le dice el Buda a su discípulo. Lo que de verdad importa es sacarle la flecha ponzoñosa y curar la herida.

“Necesitamos que nos conmueva el dolor de tanto sufrimiento. Pero es importante que no nos paralice”, explicó Han. “Nos hace apreciar la vida porque comprendemos que la vida es muy valiosa y la vida es muy breve y puede esfumarse en un solo instante”.

Estos días han revelado la presencia de una flecha clavada en lo profundo del corazón de Estados Unidos. Quedó expuesta en la matanza de 19 niños de primaria y dos maestras en Uvalde y en el asesinato de 10 personas en un supermercado de Búfalo cometido por un hombre con una ideología supremacista. Estados Unidos es un país que ha aprendido a vivir con un tiroteo masivo tras otro.

Y, sin embargo, hay más flechas que se han incorporado a la vida cotidiana. Más de un millón de personas han muerto de COVID-19, una cifra inconcebible en otra época. El virus ya ocupa el tercer lugar entre las principales causas de muerte, con todo y que ya hay vacunas disponibles, en una de las naciones más avanzadas del mundo en medicina. Un aumento en las muertes por estupefacientes, en combinación con los fallecimientos por la COVID-19, ha producido una caída en la esperanza de vida en Estados Unidos a niveles que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial. Los asesinatos de hombres negros desarmados a manos de la policía continúan después de mucho tiempo de que se prometió reformar la legislación.

La montaña de calamidades y la parálisis en cuanto a opciones para superarla indican que vivimos en una nación que tiene dificultades con algunas preguntas fundamentales: ¿ha aumentado nuestra tolerancia como país hacia tales horrores, y luego solo nos sacudimos el polvo después de cada suceso para darle paso al siguiente? ¿Cuánto valor le damos a una vida humana?

¿Acaso no hay límite para el número de víctimas?

Después de Uvalde, muchos estadounidenses han comenzado a reflexionar en serio en busca de respuestas. La rabina Mychal Springer, encargada de educación pastoral clínica en el Hospital Presbiterano de Nueva York, ha retomado un texto judío antiguo de la Mishná que dice que, al principio de la creación, Dios creó a una sola persona.

“La enseñanza es que cada persona es tan valiosa que todo el mundo está contenido en ella, así que debemos honrar a esa persona por completo”, explicó. “Si una sola persona muere, todo el mundo muere, y si una sola persona se salva, todo el mundo se salva”.

La única forma de valorar la vida, dijo, es estar dispuestos a hacer duelo de verdad, a enfrentar de verdad la realidad del sufrimiento. Citó un pasaje bíblico de lamento, la primera línea del salmo 13: “¿Hasta cuándo, Señor?”.

“No es que no nos importe. Hemos llegado al límite de nuestra capacidad de llorar y sufrir”, agregó. “Y aun así debemos hacerlo. Debemos valorar cada vida como el mundo entero y estar dispuestos a llorar por lo que significa que se haya perdido ese mundo entero”.

No obstante, en vez de impulsarnos a hacer duelo juntos y tomar medidas colectivas, ahora parece que las crisis sumen al país cada vez más en la división y recrudecen los enfrentamientos respecto a las acciones que debemos aplicar en respuesta.

El cerebro de los humanos lamenta la muerte de un ser querido de manera distinta a la muerte de personas desconocidas y, en tiempos de crisis, la aflicción no es el único sentimiento, comentó Mary-Frances O’Connor, profesora asociada de psicología clínica y psiquiatría en la Universidad de Arizona, que estudia la relación entre el cerebro y el duelo.

“No podemos subestimar la necesidad de pertenencia”, afirmó, y añadió que cuando sucede algo terrible, las personas quieren estar en contacto con “su grupo”, al que sienten que pertenecen, lo que puede hacer que las personas se instalen más en campos partidistas.

En las décadas recientes, los estadounidenses han estado viviendo una época de pertenencia reducida, al perder ampliamente la confianza en las organizaciones religiosas, los grupos comunitarios y las instituciones. Valorar la vida y esforzarse por sanar significa salir de uno mismo y del propio grupo, dijo.

“Esto va a requerir acción colectiva”, dijo. “Y parte del problema es que ahora mismo estamos muy divididos”.

La cuestión del valor inapreciable de la vida está presente en algunos de los debates más intensos del país, como el del aborto. Millones de estadounidenses creen que la anulación del fallo en el caso Roe contra Wade elevará el valor de la vida. Otros creen que desestimará el valor de la vida de las mujeres.

La cultura estadounidense por lo regular valora la libertad individual por encima de las necesidades colectivas. En cualquier caso, los seres humanos nacen con una tendencia a apreciar a los demás y no darles la espalda, indicó Cynthia Bourgeault, ministra episcopal y maestra de Teología Mística. Reflexionó acerca de la miríada de crisis y las comparó con las nubes que oscurecen un día de primavera en Maine.

“Los seres humanos nacen para buscar propósito”, dijo. “Tenemos almas muy muy grandes. Nacemos para la generosidad; nacemos para ser compasivos”.

Añadió que el obstáculo que nos impide valorar debidamente la vida es “nuestra relación tan desordenada con la muerte”.

En Estados Unidos, la negación de la muerte ha alcanzado un extremo, dijo, en el que muchos se enfocan en sí mismos para evadir el miedo a la muerte.

Ese temor atraviesa “todos los zarcillos de la conciencia, del bien común y la capacidad de actuar juntos”, dijo, “porque en el cálculo final nos hemos convertido en animales salvando el pellejo, y parece que salvamos el pellejo con la represión y la disociación”.

Estados Unidos es un caso atípico en cuanto al nivel de violencia armada que tolera. La tasa y la gravedad de los tiroteos masivos no tiene paralelo en el mundo fuera de las zonas de conflicto.

Estados Unidos tiene “un romance con la violencia”, dijo Phillis Isabella Sheppard, quien lidera el Instituto James Lawson para la Investigación y el Estudio de Movimientos No Violentos en la Universidad Vanderbilt. La institución lleva el nombre del reverendo James M. Lawson Jr., el líder de los derechos civiles que fue expulsado de la universidad en 1960 por su papel en las protestas pacíficas en las que ocupaban los lugares reservados para blancos en las cafeterías.

La violencia, dijo, es casi una parte normal de la vida en Estados Unidos y valorar la vida exige preguntarse constantemente cómo estoy y cómo me comprometo hoy con la no violencia. También, comentó, requiere desprenderse de algunas cosas: muchas personas creen que no son violentas pero consumen violencia en el entretenimiento.

“La cuestión que nos debería asustar es: ¿qué se va a requerir para obligarnos a impulsar un cambio juntos?”, dijo.

“Tal vez esta sea la labor de nuestra vida”, dijo. “Tal vez esta sea nuestra obra como humanos”.

Cuando Tracy K. Smith, antigua consultora de poesía para la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, escuchó las noticias sobre los tiroteos de Búfalo y Uvalde, su reacción inmediata fue de enojo y furia contra “esta gente monstruosa”. Dijo que es fácil estancarse en ese sentimiento e incluso tenemos alicientes para hacerlo, para pensar que se trata de “casos excepcionales”.

“Pero cuando se asienta la emoción, me percato de que hay algo vivo en nuestra cultura que ha dañado a esas personas”, aseveró. “Sea lo que sea, nos está dañando a todos, todos somos vulnerables a su acción, ejerce cierta especie de influencia sobre nosotros, sin importar quién seas”.

En la graduación de la Universidad de Harvard el 26 de mayo, leyó un poema. Mencionó que era una reflexión sobre la historia, la violencia en que vivimos y lo que nuestra época requiere. Explicó que en su versión del poema, pensó en sus hijos, pero también fue un deseo para sus estudiantes. Muchos de ellos han lidiado con enormes problemas en años recientes, desde enfermedades hasta tener que cuidar a sus familiares.

“Quiero que sobrevivan”, dijo. “Quiero que sus cuerpos sean inviolables. Quiero que la Tierra sea inviolable”.

“Es un deseo, o una oración”.

Elizabeth Dias cubre fe y política desde Washington. Antes cubría temas similares para la revista Time. @elizabethjdias